Fondín Capitán

A Fondin le conocían en todos los campos. Era, sin duda, el utillero más famoso y singular de todos los equipos de Regional. Querido por todos, respetado por todos. Fondín, en muchas ocasiones, era más importante que el propio equipo, lo hacía importante, lo hacía invencible. El bueno de Fondín era algo más que un utillero, era alma, era cuerpo, era el Diego y La Pantera, el cabrón favorito de Tohsack, el sombrero de Finidi, el bocata de panceta después del partido. Era esencial, intransferible. Era el murciélago del escudo en uno de esos equipos de barrio que no lo tienen porque, de tan auténticos como son, no lo necesitan. Todo el mundo le quería y hoy, años después de marcharse, seguimos hablando de él. Porque, como ya te dije, era el utillero más famoso y singular que el fútbol amateur había conocido, siendo el fútbol amateur un lugar como es donde no se necesitan utilleros. Un lujo innecesario. Aires de grandeza inmerecida. 

Pero ahí siempre estaba él, atento a todo, controlado todo. Y así es como hoy quiero recordártelo, mencionándote una sola vez que Fondín terminó por ser utillero porque, sin la menor duda, fue el futbolista más lamentable de la historia del fútbol no profesional, un jugador realmente ambimalo y desesperadamente tontomortiz. Un jugador que jamás había jugado más de un partido en una misma temporada, pero alguien a quien le hacía tan feliz la liturgia futbolística de los domingos por la mañana que siempre tenía hueco y ficha en el equipo. ¿Cómo negarle, decía el mister, una ficha a un tío tan malo pero que sonríe tanto? Nadie le recuerda un pase bueno, o un regate, hay quienes ni recuerdan haberle visto en el campo, pero cada martes y cada jueves, entrenaba con la mejor de las actitudes y la mejor de las ilusiones, simplemente porque la pelota le daba la vida. Por eso, cuando se retiró (en realidad se le invitó a hacerlo) ocupó casi de manera natural el puesto de utillero. Como esas viejas glorias que vuelven al club de toda su vida para ser delegado. Era , es y será nuestro one club men. Y siempre le queríamos a nuestro lado. 

Nunca quiso realmente ser portero lateral, pivote o mediapunta, extremo o nueve puro porque para él no existían las posiciones. Fondín no quería ser estrictamente futbolista porque desde pequeño ya sabía, sin que nadie se lo dijese, que no podía serlo, aunque le daba igual, había algo que ansiaba ser por encima de todo, por encima del placer indescriptible de ser futbolista entre amigos, de calzarse unas botas y marcar un gol en el descuento. Fondin quería ser , ante todo y por encima de todo, y aunque fuese una única vez en la vida, capitán. 

Capitán Fondín, portador del brazalete y el estandarte de su club, de su familia, de su hogar. Eso era lo que quería ser. Quería sortear el campo antes de cada partido, gritarle al arbitro no sabéis cómo jodernos con los brazos a la espalda, pedir al público -las seis o siete personas que ven los partidos de regional-, colocar a sus compañeros en los córners y acercarse a la banda para comentar la táctica con el entrenador. Y lo era, capitán moral, capitán no oficial, capitán de alma y corazón, capitán entre balones deshinchados, petos descoloridos, conos rotos, botes de réflex, botellas de agua y rollos esparadrapo.

Capitán Fondín, al que llamaban así porque estaba un poco regordete, fondón, chaparro, había terminado por ser utillero de un equipo de regional porque no podía ser futbolista. Pero durante los noventa minutos no paraba un segundo, corriendo de un lado al otro del banquillo, maldiciendo y desesperándose, animando, corrigiendo la posición de la defensa, dando indicaciones a los extremos, silbando, aplaudiendo, protestando, dando palmadas, gritando ¡arbi! cada vez que no estaba de acuerdo. Verle era un espectáculo, un ser poseído por un espíritu davidvidaldiano que rozaba los límites lo de lo soportable en esas mañanas gélidas de domingo.

Pero el destino le tenía preparada una sorpresa. Fondín, que siempre estaba preparado, sería capitán en el último partido de la temporada. Se lo había, ganado, era más que merecido, era un premio a una vida, a su inocencia de niño. Capitán Fondín, ¡te necesitamos!

Y allí se presentó. Angelical, inmaculado, el eterno capitán por un día. Y aquel día jugó, asistió, mandó y terminó el partido convertido en el héroe en el empate a uno entre dos equipos que no se jugaban nada. Y ese día volvió a colgar las botas, retirándose entre mieles de éxito, vítores y salvas. Y despareció. Había cumplido con su verdadero objetivo, con su causa, con su destino. 

Presentó su dimisión y, como el héroe clásico que se sabe vencedor, desapareció y nunca más supimos de él. 

Oh, Fondin. Capitán. 

(Relato publicado en la Revista Panenka, abril de 2020)

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