Adiós.

Hoy, a ti, te estamos diciendo adiós, y después de tanto tiempo juntos parece que el odio es lo que más nos separa, o lo que más nos une al resto, no lo sé, éste es un tiempo confuso. Hoy que queremos despedirte porque no aguantamos ni un segundo más a tu lado, quiero decir que te entiendo, que comprendo que puedas estar triste y que te sientas solo, pero no por comprenderte quiero que sigas junto a mí, junto a nosotros, porque hoy no sólo te estamos diciendo adiós, sino que, haciendo balance, le estamos diciendo adiós a todo lo que nos robaste, a todo lo que quitaste, a todo aquello que perdimos. Y eso, querido amigo, lo hacemos con rabia y asco, algo indispensable en tales agrias despedidas. Por eso hoy te decimos, te gritamos, que no queremos volver a verte, pero que gracias a ti recordaremos que todo es frágil y estacionario, que todo pasa y, a veces, nada queda, que el tiempo son dos suspiros y ahora, en este mismo instante, muchos estamos comenzando la bocanada hacia el segundo. Y eso, fíjate tú por dónde, es algo que debemos agradecerte, enseñarnos entre tanta mierda y tanta lágrima (y por qué no decirlo, tanto miedo) que todo aquello que tenemos pende de varios hilos, que el tiempo sí se puede detener y que todo aquello que ansiamos y perseguimos quizá no sea lo que necesitamos. Porque nos obligaste a quedarnos quietos entre tanta prisa, a respirar y calibrar las fuerzas y los esfuerzos. Y a encontrarnos, ya no te digo gustarnos, a nosotros mismos, pero sí encontrarnos. Hoy, a ti, que te estamos diciendo adiós, quiero que te lleves al menos unas simples palabras de agradecimiento por hacernos parar, por hacerme parar. Y por obligarme a recordar que lo trascendente es lo único necesario. 


Te estamos diciendo adiós en este preciso instante porque convertiste en negritud tanta pérdida, porque lo peor no fue la muerte, sino lo que vino detrás, lo de convertirse en recuerdo y ausencia. Te llevaste a muchos a otro sitio al que los que quedamos no podemos ir de visita (tampoco queremos, no es el momento). Marchitaste miles de minutos que no volverán, días que tampoco lo harán, abrazos y besos que anotamos en esa lista interminable de tareas pendientes que siempre llevamos en el bolsillo. Te estamos diciendo adiós, con tanto odio, que quizá no somos capaces de ver que, aún siendo un cabronazo de lo gordos, en realidad tenías una sana intención, pero se te fue de las manos. Quizá, en tus primeros días, querías que todo este tiempo nos diéramos cuenta del vértigo en el que vivíamos (y, creo, seguiremos viviendo) y querías ralentizar el tiempo para que descubriéramos todo lo que estábamos perdiendo y perdiéndonos. Pero, como te digo, se te fue la olla, y la liaste mucho, muchísimo, demasiado. Convertiste la que era una buena intención en un asfixiante infierno. Nos encerraste y llenaste las calles de pavor y frío, pero yo sé que no era lo que querías, que tú lo que querías era que nos diésemos cuenta de que sólo tenemos una vida y de que debemos vivirla, pero para ello no hacía falta llevarse tantas, ni parar los relojes, ni quemar los calendarios, ni agrandar todas las distancias hasta hacerlas infinitas. Te pasaste, y te digo que creo que tu intención podría ser buena, pero no mediste. Por eso hoy te estamos diciendo adiós, porque toca y porque queremos, porque aunque no sabemos si lo que vendrá será mejor, sí sabemos que no queremos lo que fue. No queremos volver a verte, pero gracias por abrirnos los ojos. Hoy es el primer día, después de casi cuatro meses, que me siento frente al ordenador para escribir, y es para decirte adiós, y para decirte que, si algún día te apetece tomar algo, llámame porque me encantaría charlar contigo. Necesito comprender muchas cosas y sé que tú, a tu manera, me las quisiste explicar pero creo que no termino de entenderlo. 


Hoy, 2020, te estamos diciendo adiós con más inquietud que a otros porque medimos nuestros pasos y gestos hasta el milímetro para no acabar mal, para no acabar peor, este año. No sé los demás, pero yo quiero darte las gracias, porque tanto tiempo de recogimiento me enseñó el verdadero significado de lo esencial y verdadero, de lo único e imprescindible. Te estamos diciendo adiós, muchos con desprecio y rencor bien merecido, porque sepultaste, al poco de llegar, tantas y tantas esperanzas y sueños y lo convertiste todo en Apocalipsis. Diste pocas treguas, que es lo que más ansiamos, porque sin ellas, sin intervalos de descanso, no todos aguantaremos y se quebrarán cosas que no podrán ser sanadas. Por eso, vete, aléjate, cierra la puerta al salir y olvídanos, que aquí nos quedamos los demás sumergidos en los recuerdos. 


Hoy, que te estamos despidiendo, no quiero hacerte más daño, ni quiero volver a insultarte ni a maldecirte, ya para qué si te estás marchando. Vete sabiéndote odiado pero también agradecido porque, los que te sobrevivimos, tenemos un aire distinto. 

Y eso, querido 2020, es lo único que podemos agradecerte. 

Adiós. 

Comentarios

Publicar un comentario