Pan y circo.

No, no estás bien, por mucho que intentes aparentarlo, por mucho que vivas en el mismo cinismo de apariencia (que tanto detestas) del resto, tu vida no es maravillosa. Es un farsa, una obra de teatro simple y burda, con el mismo guion de las demás. La única diferencia es que la tuya te pertenece, o al menos eso es lo que piensas. Vives viviendo (por el hecho de vivir) como crees que se debe hacerlo en este momento de la vida. Aparentando, creyendo que tu trabajo es importante, que tu ropa es buena, que tu perfume te da un halo de exotismo irresistible, que tus anécdotas llenan perfectamente cada silencio, que la sociedad te respeta y te valora y que hay gente, incluso, que te envidia. Imbécil, eso es lo que eres. Un incrédulo. Un falaz títere. Tu vida no es un teatro, amigo, despierta, tu vida es un circo. 

Y lo es porque no te dejan decidir. Lo es porque cuando te ofrecen algo es tan burdo y pueril que en tu fuero interno te avergüenza, pero dices que sí porque es lo que se espera de un títere. Es lo que se espera de ti. Porque la sociedad demanda eso, seres alienados faltos de iniciativa y carisma. De espíritu. De alma. De corazón. De razón. De pensamiento. De crítica. De sí mismos. Personas que solo lo sean en apariencia física y corpórea, pero que por dentro sean folios en blanco, dúctiles y maleables, puzles simples de pocas piezas que encajen perfectamente. Para decirte que te ofrecen lo mejor, haciéndote creer que no mereces más y que lo que tienes es perfecto. Te lo dicen, eso sí, con una sonrisa, pasándote el brazo sobre los hombres, quizá te hagan una caricia en la cara o te despeinen como un chiquillo. Te pedirán que sonrías y en ese momento te colocarán otra cuerda más para manejarte. Eres su títere y tú creyendo que tienes el control. Imbécil, eso es lo que eres.

Y que tampoco nos vengan el cuento con el estúpido palique de los vendedores de humo que te piden que salgas de no sé qué zona de confort, que rompas con las reglas, que abras las ventanas, que ventiles las habitaciones, que persigas tus sueños, que luches. Farfulleros de otro circo en el que la apariencia se basa en eslóganes de supermercado, frases simplonas y ridículas que a veces se imprimen en tazas. El exceso se optimismo también provoca dolor de estómago, puedes estar seguro. Todos queremos perseguir nuestros sueños, pero quizá no hay tantos sueños que se puedan cumplir. Ni tantas oportunidades para hacerlo. Es como los milagros que, si existen, no puede haber para todos. No creo que se fabriquen en serie. Ni nazcan en los árboles. Deja de creerte esas remilgadas milongas.

El caso es que cuando tengas un día de calentón, de cólera, y te den ganas de reventar las marquesinas de los autobuses o de cenarte una pizza familiar y una bolsa de patatas, recuerda tres cosas: que pagas con tus impuestos el mobiliario urbano, que mañana creerás que has engorado tres kilos y, sobre todo, que cuando te des cuenta de que no estás bien y de que no te gusta el circo en el que estás viviendo, cierra los ojos, respira hondo, vete al campo tres o cuatros días y piensa, sobre todo, en lo que has hecho mal hasta ese preciso momento. Y ahí, en ese preciso momento, tendrás la respuesta. 

Es muy posible que ahí se rasgue la carpa y veas, por primera vez en mucho tiempo, ese infinito que siempre estuvo sobre ti.

Pero hazlo. 

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