Improvisación.

Improvisamos. Vivimos improvisando. No vemos más allá de lo que podemos imaginar mañana. Todo lo que pueda suceder en dos días ya nos parece demasiado lejos, un terreno oscuro, un precipicio, un terreno baldío, arenas movedizas en las que nos cuesta dar más de tres pasos seguidos sin tropezar. Por eso improvisamos cada mañana, para no tener demasiadas esperanzas puestas en un solo amanecer, en un solo día, en el futuro. Improvisamos porque creemos que es la mejor manera de sobrevivir, porque es nuestra manera de entender las cosas, porque en nuestra agenda mental no hay más días que el hoy y parte del mañana. Nuestro horizonte está limitado porque aquello que nuestros ojos ven, con aquello que realmente consideramos alcanzable estirando muchos los brazos. Por eso improvisamos, porque sabemos que los límites son muchos. Improvisamos, entonces, consciente de todo ello y vivimos, literalmente, en el día a día, en el minuto a minuto. En el instante. En el ya. En nosotros. Improvisamos.

Vivir, en estos tiempos, es improvisar. Y hacerlo con la consciente seguridad de que hacerlo de otra manera sería un riesgo, una leve imprudencia, una esperanza fútil y liviana de lo fructífero, de lo consistente, de lo resistente, de lo firme, de lo inquebrantable. Vivimos improvisando porque preferimos ser junco que diamante y adaptarnos rápido a lo que vaya apareciendo, a los cambios que no esperábamos y a los que nosotros mismos provocamos. Como en aquellos libros donde elegías tu propia ventura, preferimos vivir improvisando para tener la percepción de que en todo momento tenemos el control. Entonces improvisamos, a cada instante lo hacemos, con cada segundo, lo hacemos de manera literal y figurativa, lo hacemos convencidos. Lo hacemos por necesidad. Improvisamos.

El futuro es un concepto abstracto, difícil de comprender. ¿Cómo pensar en el futuro cuando el mismo presente nos resulta extraño, cuando no entendemos qué estamos haciendo aquí realmente? Cómo comprenderlo si para hacerlo tendríamos que tener un camino marcado y a nosotros, lo que realmente nos interesa, es improvisar. Quizá porque ya no sepamos hacer otra cosa, seguramente porque cada vez nos obligan más a ello, a improvisar, a tener claro que en cualquier momento todo puede cambiar, que todo se puede convertir en arena  y escaparse de entre los dedos, que la oscuridad puede convertirse en luz esperanzadora, que el agua puede convertirse en vino, que desaparezca un río, que llueva cuando se esperaba un día soleado. Que cambie lo que ahora estamos viendo y mañana sea todo totalmente distinto, que los cimientos de nuestra vida dejen de ser los que ahora nos mantienen en pie y mañana lo hagan otros. Por eso improvisamos, porque no creemos  en que lo que vemos vaya a existir mañana. Improvisamos porque en lo único que aún podemos creer es en el amor porque nos exige un batalla diaria que nos mantiene en alerta y que nos hace pensar en horizontes más lejanos. Si lo tenemos y lo mantenemos cerca, el futuro deja de ser un terreno tan espinoso y desconocido.

Queremos tantas cosas que es imposible tenerlas todas y por eso cada día improvisamos para cambiar nuestra lista de preferencias. Por eso improvisamos, porque todavía no sabemos lo que queremos, porque no lo tenemos claro, porque estamos conociéndonos a nosotros mismos y porque estamos poniendo a prueba nuestra debilidades y fortalezas, nuestros límites y nuestras cualidades. Por eso improvisamos, porque sabemos que mañana podremos ser muy diferente a como somos hoy. Improvisamos porque siempre estamos buscando una versión más completa y mejorada nuestra, porque estamos conformes y porque seguimos buscando nuestro lugar.

Improvisamos porque así entendemos ahora la vida. 

Improvisamos porque así le damos el sentido que queremos. 


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