Ser humo.
Hay días en los que me gustaría
ser humo, con su inteligencia y su capacidad de supervivencia, de adaptación,
de que nada me importe porque me muevo al son de cualquier sonido con tal de
que no me pase nada, de que parezca que nada me importa, que nada me perturba.
A veces me gustaría tener la inteligencia que tiene el humo para pasar los
días, para serpentear a través de una chimenea y bailar al ritmo que marque el
viento sin que ese hecho le moleste, sin temor a que este le desmiembre y divida
y vea cómo se desperdigan entre los tejados todas las partes que antes formaban
su todo. Por su inteligencia, el humo se despide de ellas casi sin importancia,
con cierto desdén, pensando que si alguna vez vuelven para recomponerle, bien,
pero que si no vuelven, les desea una feliz y larga vida. A veces quisiera ser
como el humo, al que parece que nada le importa, que nada le alborota salvo lo
que nuestros simples ojos son capaces de ver. A veces quisiera ser humo.
El humo, con su inteligencia, con
su saber estar y desaparecer, a veces quisiera tener esa habilidad, la de desaparecer
lentamente sin hacer ningún ruido y la de aparecer y que nadie se diese cuente
de que ahí estaba. Envidio esa capacidad que tiene el humo de ser testigo de lo
que pasa a su alrededor y que a nadie le moleste, como el humo del cigarro,
confidente y consejero en las conversaciones, que lo escucha todo, que toma
partido de las decisiones y que sin decir adiós desaparece lentamente hasta no
dejar huella de que alguna vez estuvo allí. Ser humo y tener esa capacidad de
hipnotizar a quien se detiene a observar su danza irregular, de ser un ser sin
importancia y aun así retener la atención de un extraño. Ser humo y ser fuego,
se humo y ser ruido, ser humo y ser llamada. A veces quisiera ser humo y tener
su inteligencia para adaptarme a cualquier situación, por muy pequeña que sea
la rendija de la ventana, la garganta de la chimenea, por duro que sea el papel
del cigarro, al humo le da igual, él entra y sale, viene y va, aparece y
desaparecer. Aparentar ser frágil y ser letal. Hay días en los que me gustaría
ser humo, tener su inteligencia y que nada me perturbarse, me incomodase, me
molestase, me calara tan profundamente que amenazara con quitarme el sueño.
Quisiera ser como el humo y espantar a las avispas y a las abejas, a los
animales feroces, a los tontos y quienes no aportan nada en la vida. Y donde
dije avispas digo tontos, donde dije abejas también digo todos. Y donde digo
tontos sabéis perfectamente lo que quiero decir. Ser como el humo. Ser humo.
Ser. Y ya está.
Se humo y que no me importen las noticias, que me agobien las facturas, que me atormenten las responsabilidades, que me ahoguen mis propias ambiciones, las mismas que a veces me hacen sentir incompleto. Ser humo, como él, que se presenta al mundo sin artificio, soy humo, nos dice, sin pretensión de ser algo más que simple humo, incorpóreo, sin peso, sin voz, sin el miedo a no encajar o no ser aceptado, sin temor a tener faltas de ortografía, sin arrugas, sin la piel seca, sin dolor de cabeza, sin los defectos congénitos del ser humano. ¿Qué otro papel podría representar el humo sino el de ser algo simple como lo que es?
Ser humo porque siéndolo se es como se quiere ser. Hay días, lo sé, en los que te gustaría ser humo para dejar de ser quien eres y para dejar de representar lo que representar.
Porque ahora, cuando veas el humo, pensarás en la libertad. Y porque en el fondo todos queremos liberarnos de algo.
Todos queremos ser humo. Todos queremos ser.
Y ya está.
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