Lisboa.

                  Como cuando acaricias las últimas páginas de un libro que te encanta y no que no quieres terminar de leer, como cuando te embarga la sensación agridulce de saber que algo que adoras se termina, así, de esa manera, observas, con el reloj en la mano, que se aproxima el final de una etapa. Te apuras a saborerar y aprovechar cada segundo sabiendo que no habrá otro igual pero que de alguna manera lo volverás a tener. Porque, en muy pocas ocasiones, el poeta se equivoca al afirmar que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Digo lugar como digo momento. Digo momento como digo cualquier otra cosa a la cual nos gustaría volver. Digo esto porque siempre querré volver junto a ti. Siempre necesitaremos hacerlo.

                  Saborear cada segundo, de eso se trata. Cuando sabes que el final de algo, de lo que sea, algo que te atrapa desde el principio y que te enamora a cada momento pero que irremediablemente tiene que terminar. Beberse cada instante con la pasión del primer sorbo. Así es como se tiene que hacer. No hay otra manera. Lo que fue amor a primera vista ahora se convierte en la pasión desmedida de las últimas miradas. La película se está terminando pero por favor, no enciendan aún las luces, déjenme disfrutar del silencio. No huele a despedida, huele a pausa, a parón, a volveremos a vernos, a un quedaremos para tomar un café que esta vez vai ser verdade.

                  Porque de ti, Lisboa, me he enamorado. De tus endiabladas cuestas, de tus callejones, de tu tranquilidad, de la luz que te viste y que me enseñaron a apreciar, de tus miradores, del 28, de los parques y paseos, de la peculiar personalidad de tus gentes, de todas las personas que has puesto en mi camino, de mi querida familia hispanoitalovenezolana que aquí hemos formado y de la que jamás conseguiré alejarme, de toda la gente maravillosa que he conocido en estos tres años, de tu comida, de tu café y de lo que el café realmente supone, de tu lengua, de cantar cheira bem, cheria a Lisboa dando golpes en la mesa, de tus atardeceres, de tus tascas, de tus pequeños pueblos, del mar, de tus pausas y tu ritmo, de caminar hacia el trabajo mirando al Tejo, do Chiado, da Mouraria, del olor a sardinha y a bifana, del olor a alecrím, de las fiestas de Santo António, de la Praça do Comércio, de tus elevadores, de mi querida Alfama (que no te destruyan, por favor), del fado, de comprender el verdadero significado de la palabra saudade y llevármela conmigo para toda la vida, porque realmente ahora tengo inmensas saudades y es por ti. Me he enamorado de tantas cosas que no hay papel suficiente para contarlas. Te debo mucho, como mínimo, una novela que llevará tu alma, que recorrerá tus calles y donde intentaré reflejar todo lo que representas. Te debo mucho y puede que así consiga pagarte de alguna manera.

Ahora vuelvo a casa, volvemos a casa, volvemos a Madrid. Sé que ahí está nuestro hogar pero sé que no podremos alejarnos nunca de ti porque aquí también está nuestra casa, nuestro otro hogar y nuestra vida, nuestro propio mundo y nuestra propia realidad. Sé que llevaré toda la vida tatuado en la mente tu nombre y todo lo que has representado, sé que todas nuestras fotos mirarán a São Vicente a través de la ventana estemos donde estemos, sé que aunque en ocasiones me costase reconocerlo, acerté completamente cuando vine aquí. Sé que en algún momento volveremos de la mano para cerrar el círculo. Porque te quiero, Lisboa, porque realmente te quiero. Perdóname si algún dia hablé mal de ti, ahora me arrepiento. Perdóname. Seguiré sintiéndote cerca cada dia y seguiré pensando en ti como si te tuviera delante.

Sé que viviremos en otras ciudades pero como tú nos has hecho sentir ninguna lo hará jamás. Aquí se queda una parte de mí muy importante, te la confío. Cuídamela porque volveré a buscarla y, quizá, ya no me vuelva a irme jamás.

Até breve, querida Lisboa.
Fica bem. Fica auténtica.

E muito obrigado.

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