Recriminar

No culpes a los demás cuando todo lo que tienes te sepa a nada. No culpes a los demás cuando todo se desmorone, cuando no tengas ánimo de levantarte de la cama, cuando nada de lo que tengas te sepa a algo. No, no culpes a nadie porque eres tú el único culpable, porque tú has dejado que ocurriera, porque tú y solamente tú has provocado esta situación, porque tú eres quien abrió demasiado la puerta para que quien quisiera pudiese entrar hasta la cocina y ahora no sabes cómo decirles que se marchen, que la fiesta se ha terminado, que ya no tienen nada más que hacer ahí. No culpes a quien no debes por no culpar a quien no quieres.

No le eches la culpa de ese sentimiento de frustración que se ha alojado en tu cabeza y te martillea cada vez que piensas que todo va a cambiar, no te enfades con lo ajeno que influye en lo personal, en lo propio, en lo que te pertenece, no culpes al extraño que adormece tus ganas de saltar diciéndote que todo lo que sube baja y que generalmente lo hace de golpe, estampándose en el suelo. No culpes a quien piensas que cercena tus ilusiones, quien recorta tus ideas, quien mutila tu creatividad, tu imaginación, tus ganas de ser y crecer, no culpes a quien limite que tu voz tenga fuerza, quien te ahoga entre sus dudas y miedos para que no sobresalgas ni destaques en lo que esa persona demuestra su mediocridad. No culpes a quien no debes por no culpar a quien deberías.

No culpes a los demás cuando todo lo que tienes te sepa a nada. No los culpes cuando dudes de todo lo que has conseguido, de todas las cimas que has encumbrado, de todas las islas que has descubierto, de todas las lunas que has pisado, de todas las cosas que has hecho. No los culpes cuando creas que mereces estar donde estás, cuando pienses que no hay más horizonte que el que conoces, cuando pienses que más allá quizá no haya un lugar para ti, cuando pienses que la quietud y la pasividad son la mejor respuesta. No recrimines que tu calma no sea la de antes, que se te haya olvidado reírte, que te tiemblen las manos, que la ansiedad te visite a diario, que no solo el Sol te impida abrir los ojos.

No culpes a quien no deberías por no culpar al culpable real. No digas que no tienes culpa de todo lo anterior, de ser un idiota, un torpe, un confiado, un creyente de esa parte buena que se supone que todas las personas tienen. Cúlpate a ti por creerlo, por dejarte llevar, por dejarte hundir y enterrar, por convertirte en un ser  indiferente, inmóvil, pasivo, rutinario, alguien normal que se olvidó que podría ser extraordinario. Culpa a esa parte de ti que se olvidó de ser tú mismo.

No le eches la culpa al miserable por menospreciarte con sus miserias. Simplemente dile que se vaya.

Y que al salir cierre la puerta, por favor. Y que lo haga por fuera.

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