Diarrea mental

          Con el tema de las redes sociales, por si alguien no lo había pensado ya, tenemos un problema. Y de los serios, de los que se basan en la impunidad y hacer de la libertad de expresión un, si me lo permitís, un arma demasiado mortífera. Se basan en la impunidad y en el anonimato, aunque no virtual, porque cualquiera de nosotros nos consideramos capaces de juzgar lo que pasa en el mundo y hacerlo sin pensar que nuestras opiniones hagan daño. Yo soy así, así es como pienso y al que no le gusté, pues lo siento debe ser el dogma de algo así como un cuarenta por ciento de los usuarios de Facebook o Twitter. Entre los que me incluyo, vaya por delante. 

          Considero que estas redes sociales deberían cumplir ciertas funciones sociales, como son la de diversión y entretenimiento, la de compartir información fidedigna y veraz, la de conectar con personas que no vemos o la de hacerlo con personas con las que nunca tendríamos oportunidad de hablar si fuera gracias a ellas, como decirle al famoso de turno que es tu ídolo o felicitar a un futbolista por un gran partido. Y criticar, claro, por qué no, podemos criticar y mostrar nuestro desagrado con un supermercado, con una tienda, con un cantante, con nuestro jefe, con el futbolista del equipo rival, con cualquier persona incluso sin conocerla. Efectivamente podemos criticar siempre y cuando no hagamos de la libertad de expresión, como dije anteriormente, un arma demasiado mortífera. Al final se acaba convirtiendo en eso, en un cuchillo que se utiliza para desear la muerte de una persona si ningún tipo de problema ni remordimiento, o bien para levantar un bulo en momentos de tensión para hacer una gracia que ni la tiene ni se la espera. Hay gente que es tonta hasta la hora del almuerzo y, después, ya lo son durante topo el día. Sí, he dicho tonto, pero créedme que es lo más suave que por estos lares se puede decir. 

          Hemos visto, sobre todo de cuatro o cinco años a hoy, demasiados ejemplos de lo que estoy hablando. Desde gente que celebraba la muerte de un torero o que se la deseaba a un niño (¡enfermo de cáncer!), vídeos compartidos donde se observa prácticas de bulling o abusos sexuales en fiestas regionales, carreras ilegales en plena M-30, personajes anónimos que celebran las agresiones a políticos y famosos, y un largo etcétera de ejemplos que vosotros recordaréis y he olvidado. Aquí un ejemplo reciente que ilustra todo esto. En Portugal, días después del atentado de Barcelona, circuló por Twitter el bulo de que el país estaba amenazado y que en Lisboa, ciudad invadida de turistas, se podría producir un atentado inminente de las mismas características. Lo pero de todo es que incluyo llegó a aparecer en algunos medios de comunicación que en pocas horas alarmaron innecesariamente a la sociedad y que tuvieron que desmentir con la misma celeridad para evitar males mayores. ¿De dónde salió esa estupidez? De cualquier parte, lo realmente malo es que se fue agrandando sin que nadie pudiera detenerlo. Otro ejemplo. Por amistad, últimamente sigo la actualidad de lo que pasa en Venezuela (ojo, no estoy aquí para discutir sobre este tema, para eso podemos quedar a tomar un café cuando queráis) y lo hago, entre otros medios, a través de Twitter donde a una amiga, contraria al régimen, le han deseado el más doloroso y peor de lo males y de las maneras más sádicas y burlonas que se pueden imaginar. Hay distancia, mucha, y quizá por eso las respuestas son de esa manera. 

       ¿Qué podemos hacer entonces? Si la sociedad ya considera esto como algo normal, ¿es el principio del fin de la capacidad del ser humano de reflexionar antes de actuar? ¿El fin de la capacidad de pensar antes de vomitar estupideces mentales en 140 caracteres? ¿Cómo se puede contener tanta diarrea verbal y mental antes de que sea demasiado tarde, antes de que haga más daño de lo que está haciendo? ¿Este es el ejemplo que queremos dar a los que vienen por detrás? No, no digo que tengamos únicamente que compartir fotografías con flores ni poemas de Rubén Darío ni videos de Chiquito de la Calzada, porque la realidad es la que es y tampoco tenemos que dulcificarla, solo digo que hay que regular más el abuso de la impunidad virtual para evitar que nos convirtamos en una jauría de perros salvajes que solo ladran para hacer más sangre y meter más miedo. Y no, la culpa no es completa de las redes sociales, es de los usuarios, es los que tenemos que pedir responsabilidades y somos nosotros, los usuarios, los que tenemos que ejercerla. El derecho a la libertad de expresión, que todos merecemos y todos debemos ejercer con conciencia y racionalidad, es un derecho por los que muchos murieron y lucharon y es un derecho que estamos banalizando pueril, ruin y mezquinamente.

             Hablemos, discutamos, opinemos, valores y juzguemos, pero vamos a hacerlo con conciencia y respeto. Ya que lo podemos hacer, vamos a hacerlo bien. 


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