Malditos italianos
Como todos los veranos, el Felipe lo pasó en un pequeño pueblo de La Mancha, el pueblo de sus abuelos. Con diez años, aquel sábado 9 de julio de 1994, mientras por la mañana recorría en bici las calles del pueblo con sus amigos, no era consciente que por la tarde viviría la primera de las muchas decepciones que el fútbol (y la vida) le provocaría. Quería ser futbolista, como Julen Guerrero, su jugador favorito de esa Selección. Elegante, técnicamente superior, con una melena que hacía sonrojar la media melena que se dejó ese verano. Durante todo el día defendió a capa y espada que España ganaría el partido, describía como serían los goles y como, el gol de la victoria casi en el último suspiro del partido, lo marcaría Julen tras asistencia de Caminero. Él lo tenía visualizado, totalmente claro en su cabeza. España pasaría de cuartos y él correría por las calles del pueblo llevando una camiseta blanca en la que su padre había escrito en la espalda Julen Guerrero y un 8. No podía ser más feliz. Solo quedaba esperar que el partido empezase.
Y ahí estaban todos. El partido había reunido en su casa a sus padres, sus hermanas, tres primos, dos amigos de sus padres y su hija, unos vecinos y un señor que no recuerda bien quien era pero que no paraba de repetir "cuidado con los italianos, cuidado con ese pequeñin, el 10, el de la coletilla rara". Y Felipe ahí, con su camiseta, totalmente concentrado frente al televisor, como si estuviera sentado en el banquillo entre su ídolo, Guardiola y Fernando Hierro esperando su oportunidad de entrar en el campo y burlar a tantos italianos. Él quería ser mediapunta, el que da el último pase, él quería que los demás marcasen gol pero que fuera el quien elaboraba la jugada. Comenzó el partido. Silencio. Concentración. Mirada atenta. Sudor frío. ¿Convulsiones? No, la pesada de su hermana pequeña que se aburre y le empuja. Costacurta da mucho miedo. Maldini es muy bueno. El de la coletilla asusta sin que la toque. Nosotros estamos bien, ¿no? Parece que estamos tranquilos. Pasamos, esta vez pasamos. Abelardo con amarilla, eso les viene bien. ¿Otero? Primer partido de titular, veremos qué tal. Bueno, llevamos veinte minutos y la cosa no va mal. Ellos son muy buenos. Tengo sed. ¡Mamá, quiero Coca Cola! ¡Y dile a mis hermanas que se callen! ¡Que os calléis! Ellos están jugando también muy bien. La pierde Alkorta, normal joder, está de espaldas, así es imposible. Cuidado con esta jugada. Cuidado que la coge Dino Baggio. Cuidado que le va a pegar. ¡Cuidado que le va a pegar! Gol. Estaba claro. ¡Saca a Julen, Clemente, sácale! Ya no quiero seguir viéndolo. Me un rato al patio. Ahora vengo mamá. Como el señor vuelva a decir lo cuidado con el pequeñín le doy un pelotazo. Lo juro. ¿Que si quiero comer algo? ¿Ya es es el descanso? Seguro que empatamos, verás, lo tengo clarísimo, hoy ganamos a los italianos. Y después ganamos las semis y nos plantamos en la final. Y la ganamos. ¡España campeona del mundo! Claro que sí, con gol de Julen en la prorrógoa, casi al final ya. ¡Julen de mi vida! ¡Mamá, avísame cuándo empiece la segunda parte! ¡Hoy ganamos!
Y comenzó la segunda parte. Y en el trece, Caminero marca el empate con ayuda de Maldini. Y España parece que se viene arriba, como Clemente, que quita a un defensa para meter a Salinas. Todo sabemos lo que pasó después. A Julio se le hizo pequeña la portería y muy grande Pagliuca y a Baggio muy grande la portería y muy pequeños Zubi y Aberlardo. Después vino lo de Tassotti, pero el partido ya estaba perdido. Todo el mundo lo sabía. Felipe lo supo cuando, en silencio, comenzó a llorar viviendo la primera de las muchas decepciones que el fútbol le daría en la vida. Porque nunca llegó a ser futbolista, porque acabó jugando de lateral en equipos de Regional y porque aquella noche no recorrió las calles del pueblo con la camiseta blanca en la que su padre había pintando el nombre y el número de Julen Guerrero.
Y comenzó la segunda parte. Y en el trece, Caminero marca el empate con ayuda de Maldini. Y España parece que se viene arriba, como Clemente, que quita a un defensa para meter a Salinas. Todo sabemos lo que pasó después. A Julio se le hizo pequeña la portería y muy grande Pagliuca y a Baggio muy grande la portería y muy pequeños Zubi y Aberlardo. Después vino lo de Tassotti, pero el partido ya estaba perdido. Todo el mundo lo sabía. Felipe lo supo cuando, en silencio, comenzó a llorar viviendo la primera de las muchas decepciones que el fútbol le daría en la vida. Porque nunca llegó a ser futbolista, porque acabó jugando de lateral en equipos de Regional y porque aquella noche no recorrió las calles del pueblo con la camiseta blanca en la que su padre había pintando el nombre y el número de Julen Guerrero.
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