Las degeneraciones del ser humano

Sin entrar, porque para eso ya dedicaré más tiempo en otro momento, en si venimos o no del mono, hablar de generaciones del ser humano, en este momento, se aleja ligeramente de los que nos enseñan los libros de historia, de las edades del hombre. Señoras y señores, amigos todos, sin darnos cuenta estamos inmersos en una lucha encarnizada por la supremacía de la especie humana entre dos generaciones potentes y distantes entre sí, enormes y con grandes diferentes, preocupadas por ser la que mas ruído hace de las dos y las que más se hace notar. A un lado del ring, con más de 30 años, la Generación X. Al otro lado, más jóvenes y con el apodo de millennials (que dicho en inglés todo parece mejor), la Generación Y. La primera pisaba fuerte y poco a poco se fue apagando. La primera, según dicen los que saben, no sabe ni por dónde pisar pero por donde lo hace produce un terremoto. Presentados los dos contendientes, intentemos llegar, o no, a ciertas conclusiones. 

Estamos en un momento de la vida en que todo lo de antes molaba más y todo lo de ahora es mucho mejor que todo lo que antes molaba más. Según gustos. Pertenezco a esa Generación X en la que se nos educó con los valores de la época, sin redes sociales, con libros, con partidos de fútbol interminables en la calle en los que si nos hacíamos una herida nuestros padres nos echaban agua y nos regañaban porque se había roto el pantalón y, como no, educados en una época con la cantinela de que con una carrera universitaria nos comeríamos el mundo. Lo del tema de la frustración que sentimos viendo que con treinta y cuatro años y excesiva formación (no sé en qué generación me situa esto) cobrarmos un sueldo lamentable lo dejaré, también, para otro momento. Los millennials, que ojo, tampoco lo tienen fácil por mucho que se nos haga creer eso, han supuesto un soplo de aire fresco para muchas cosas, pero también una jodienda para los que nos vamos haciendo mayores (eso de que los cuarenta son los nuevos treinta no hay ciencia que lo demuestre).

Pero lo que vengo a hacer aquí es criticar, ligeramente mientras se enfría el café, esa cultura de que todos tenemos que ser felices por obligación y, para colmo, demostrarlo cada segundo porque si no lo haces eres un triste. Que si mindfulness, que si los diez hábitos que toda persona realmente feliz hace cada día, que si sé feliz en solo veinte sencillos pasos, que si nosotros te ayudamos a encontrar la clave para ser feliz en tu día a día y vivir más años, que si #soysuperfeliz y #lavidaesfelicidad o #quererseaunomismoesquerer y todas esas cosas. Que sí, que ser feliz está muy bien y todos queremos serlo, pero digo yo que el exceso de felicidad, a parte de que no me lo creo, no tiene tampoco que ser muy buena cosa. Porque quizá si somos del todo felices resistiremos de peor manera las desilusiones, que las hay y en gran cantidad todos los días. Que digo yo que tampoco pasa nada por estar un día encabronado con la vida, puede que sea incluso sano.

Dicho esto, que empecé hablando de monos para hablar de seres humanos, hoy comienza el fin de semana y tampoco va en mi ánimo ponerme filosófico ni nada de eso, simplemente esta es la primera de las entradas que llevarán el sello de mis opiniones personales e intransferibles y que espero que, al menos, interesen. 

 Por cierto, ahí fuera hace un día maravilloso y #meponesuperfelizperdermeunatardetanbuenamientrastrabajo.


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