Equidades imposibles.

            Los dias plomizos de un invierno incierto como este hacen que reflexionemos por un instante y que nos invada, sin saber por qué, un tremendo sentimento de culpa y ese inmenso miedo a pedir perdón, no por el hecho mismo de hacerlo, por reconocer que se está equivocado, sino el tremendo miedo por empezar a disculparse y no poder parar. Miedo total a estar más errado aún de lo que se pensaba. Será por eso que en vez de pedir perdón aparentamos enfado o alegría, para crear una leve barrera entre nosotros y el mundo, para disimular que no es así, para ocultar nuestras miserias. Será por eso que no lo hacemos, porque no podríamos parar, porque tenemos dos listas, una larga de errores que merecen ser disculpados; otra pequeña de personas que merecen una disculpa. Demasiados errores a repartir entre tan pocas personas. La proporción no es justa. La equidad es imposible.

            Entonces se te ocurre la brillante idea de priozar y pensar que en esa pequeña lista hay quienes merecen ir en primer lugar. Pero te equivocas, porque si están ahí es porque todos son importantes. Nadie más que el resto. Nadie por encima de nadie salvo de ti. Ahora tienes una deuda enorme con ellos y estás en desventaja. ¿Qué hacer entonces? Piensas por tanto en la manera en que pedirías perdón, en cómo lo harías, cómo te acercarías a cada uno de ellos. Empezarías con una sonrisa, preguntarías cómo ha ido el dia, fingirías quitar una pelusa del jersey, bromearías sobre una mancha en la camisa o sobre el alborotado peinado con el fin de romper el hielo. Empezarías con un broma. Eso es. No hay mejor manera. Nada duele tanto si lo haces primero con una sonrisa. Aunque te cueste horrores. Sí, sí, empezarías con una broma.

            Después vendría un entonces, un bueno, un en fín con la e alargada, un veamos como forma de decir que aquí justo termina la broma, comienza la disculpa y necesitas silencio, necesitas que te miren a los ojos mientras los tuyos se ocultan, te avergüenza mirar a quien tienes delante, sea quien sea de esa lista, mientras dices “perdón, por lo que sea, ya se me ha olvidado por qué tenía que disculparme pero si estás aqui, frente a mi, si estoy hablando contigo nervioso y con un nudo en el estómago es porque te debo una disculpa y segurante te la deba por demasiados motivos. ¿Sabes una cosa? Tengo una lista de todo lo que tengo que disculparme contigo, y que he pensado cien veces la manera de hacerlo, he ensayado cada una de las frases aunque te prometo que ahora se me han olvidado todos los motivos y todas las palabras. Pero no me hace falta ninguna lista porque te quiero pedir perdón fundamentalmente por tener que pedirte perdón, por tener que disculparme por algo que te haya hecho y que parece que tú has olvidado porque no has dejado de sonreirme nunca. Y yo jamás he dejado de arrepentirme. Ni tampoco de quererte”.

Por eso te pido perdón.
Por tener que hacerlo.

Por haber estado mi lista.

Comentarios