Soliloquio.
Ahora no te hagas el digno, tú me has
llamado. Si estoy aqui es porque tú has querido, yo estaba muy bien sin ti, sin
saber nada el uno del otro, sin que hablaramos, sin que fueramos ambos más que
un recuerdo borroso el uno del otro. Pero ahora que estoy aqui dime por qué me
has llamado, no me hagas venir para nada. Lo sé, sé que me echabas de menos,
que tenías ganas de verme y de que te hablara, pero también sé que eres tan
orgulloso que no querías reconocerlo. Lo sé perfectamente. Lo sé, tranquilo. Somos
tan iguales que si no fueramos tan distintos podríamos ser la misma persona.
Hace demasiados meses que tienes la cabeza
ocupada por la prisa, por la urgencia, por la novedad, por intentar recordar lo
que te aterraría olvidar, como los olores, como el tacto, como el sonido de una
risa, como el ruido de unos pies golpeando el suelo. Esas pequeñas cosas. Has
vivido con ese miedo a olvidar lo que tenías que no te has parado a retener
nada nuevo, como si no le dieras importancia, como si no la tuviera. Y creeme,
la tiene. Y por eso estoy aqui, por eso me has llamado, porque necesitas que
alguien te lo recuerde. Necesitas que alguien te avise de que estás perdiendo
el tiempo.
Escúchame, entiendo ese miedo, lo entiendo y
lo comparto, casi como si fuesemos la misma persona. ¿Acaso crees que yo no lo
tengo? Has tenido miedo de que tu nueva realidad sepultara la que ya conocías y
te has olvidado de apreciar la novedad, de retenerla, de intentar crear un
recuerdo diario de lo que ahora tienes. Me prometiste, nos prometimos,
disfrutar, pero resulta que no has sido capaz de hacerlo. Y hasta te has
olvidado de mi, todos estos meses, has olvidado que sin mi no eres nada, que me necesitas, que los dos
podemos convertir cualquier grano de arena en palacio, que juntos podemos
saltar sobre las nubes, que de la mano podemos dibujar palabras que tengan
sentido y emocionen.
Tenías tanto miedo de olvidar que acabaste
por hacerlo. Y con ello todo lo que has sido, todo lo que tenías. Y con ello
todo lo que podrás ser, todo lo que podrás tener.
Pero tranquilo, que no te guardo reencor. Me
has llamado, aunque ahora disimules que miras concentrado la pantalla mientras
te susurro todo esto, este discurso que querías escuchar y que hasta hoy no has
tenido valor para pedirme.
No te culpo. El miedo real no es olvidar,
sino ser olvidado. Por eso cada día nos esforzamos en recordar lo que
conocíamos creyendo que de esa manera seremos recordados. Que a fuerza de
hacerlo también nosotros seremos un recuerdo vivo.
Y parece que funciona. Porque llevo meses recordándote
cada día y hoy por fin me has llamado.
Funciona. Quédate tranquilo. Sigue
recordando.
Pero acuérdate también de vivir.
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