Cara A
“Seguramente
ya no te acuerdes, eras muy pequeña, pero te encantaba jugar a ser modelo. Te
pasabas la tarde entera en el baño, como ahora, destrozando el maquillaje de tu
madre. Y salías hecha un auténtico esperpento, pero con la sonrisa más grande
que tu pequeña cara podía permitirse. Lo iluminabas todo. Estabas preciosa.
Decías, fingías que eras mayor, como mamá, y yo hacía el papel de pretendiente,
intentaba conquistarte, te invitaba a cenar, a bailar, prometía llevarte a
Venecia. ¿No te acuerdas? Bailábamos en el pasillo, te agarrabas fuerte a mi
cintura, decías que me querías, que siempre me querrías y después salías
corriendo a por la cámara para hacernos una foto. Mira, ahí están los
álbumes…¿cuánto tiempo hace que no los miras?
Ahora ya eres
una mujer. Y ahora yo soy un pesado. Ni siquiera querrás darme un beso antes de
irte porque dirás que se te quita el maquillaje, porque acabas de ponerte el
perfume, que ese vestido se arruga mucho o que el peinado es muy delicado, que
no sea tan pesado, que ya eres mayor, que te deje en paz que te están
esperando, que no tienes tiempo para hacerte una foto. Y saldrás corriendo,
huirás de mí, de nosotros, sin decir siquiera adiós. Y a mí solo me quedará la
opción de aceptar que sí, que creciste y que ya poco puedo hacer.
Pero quiero
que recuerdes que fuiste y siempre serás mi pequeña princesa y que me
prometiste que sería el único hombre de tu vida. Y no digo que me engañarás,
no, solo estoy decepcionado, por eso ensayo mi forzada sonrisa de
consentimiento por si se te ocurre pedirme permiso antes de irte. No es justo,
no lo es. Siempre he cuidado de ti, siempre te he protegido, siempre he estado
ahí, pero hace ya muchos años que no bailamos. ¿Recuerdas cuándo fue la última
vez? Yo tampoco. Y no lo recuerdo porque no pensé que aquella fuera a ser la
última, por eso no la guardé en la memoria, junto al recuerdo de todas las
mañanas que ibas corriendo a nuestra cama para darme los buenos días. Y lo peor
de todo no es que hayas crecido, que ya no me pidas consejo, que pienses que ya
no te puedo ayudar, que te escondas de mí, que pienses que no me he dado cuenta
que fumas. Lo que realmente me duele es que te echo de menos y que parece que
no tengo derecho a hacerlo. Pero te echo de menos. Sé que volverás, y cuando lo
hagas no habrá ningún reproche. Te lo prometo.
Y ahora vete,
que te están esperando. Seguiré aquí sentado, fingiendo que me interesa la tele; aquí te esperaré. Y recuerda que si
algo sale mal aquí está tu padre. Te quiero mucho, aunque te hayas puesto
terriblemente preciosa para otro”.
-Papá.
- Dime mi
amor.
Apoyaba la
mano en el marco de la puerta. La mirada avergonzada se refugiaba en el suelo.
Pero la sonrisa nerviosa y tímida había vuelto a su cara. Era ella otra vez.
Había vuelto.
-
¿Te apetece bailar?
Enmudeció. Se
aclaró la garganta. Y vio que su pequeña había vuelto.
-
Claro princesa…ya sabes dónde está la cámara.
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