Del todo y la nada.
La música, los poemas, el
verso libre, la prosa, los libros, las flores, los sinónimos, los planos, las
calles, los aviones, las películas, los lapiceros de colores, los ordenadores,
las cartas sin sello, los sellos sin sobres, el ruido, la calma, los atajos,
las ciudades, los refrescos, los golpes, las caídas, las alegrías, las
desilusiones, los pájaros, los murales, los cuadros, los museos, las plazas,
las avenidas, los bares, los pros, los contras, las demás preposiciones, los
posesivos, los folios, los árboles, Cibeles, Gran Vía, el Retiro, Plaza España,
los domingos por la tarde, el frío, la lluvia, el sol, las soledades.
Los pares, las vocales, las
primeras veces, el metro, los atascos, los madrugones, los atardeceres, los
jardines, los rosales, los cafés, la primavera, las estaciones, los encuentros,
las discusiones, los cines, los teatros, los parques, las farolas, las
revistas, los diarios, los bancos de madera, las pastelerías, los móviles, las
fotografías, los bazares, las gominolas, las cremas, los perfumes, la ropa, los
disfraces, los hostales, las muñecas, los regalos, los besos, los abrazos, las
verdades.
Las mayúsculas, los gritos,
los susurros, los caballos, las montañas, los vendavales, los idiomas, los cd´s,
los gemidos, los conciertos, las guirnaldas, los empujones, las disculpas, las
velas, los cumpleaños, los taxis, la imaginación, los anillos, las palabras,
los diccionarios, las llaves, las maletas, los destinos, la aventura, el sofá,
las celebraciones, las visitas, los enfados, las mentiras, las
reconciliaciones, las almohadas, los colchones, los recuerdos, el futuro, las
monedas, las mantas, las complicaciones, las despedidas, los reencuentros, las
pasiones.
Los pianos, los violines,
los relojes, la complicidad, las ínsulas, los callejones, la publicidad, las
tiendas, la urgente necesidad de verse, el extrañarse no solo en la distancia,
los globos, las bicicletas, los espejos, los restaurantes, la luna llena, los
nubarrones, las dudas, las preguntas, los bostezos, las ilusiones, la improvisación,
los juegos, las manos, las caricias, el cuello, los mordiscos, el pelo, las
miradas, las promesas, los trenes, las playas, los acantilados, los balcones,
los precipicios, la tranquilidad, el reposo, las urgencias, las chimeneas, las
llamadas, las lágrimas, los nombres.
Sentado en aquel vagón le
observé, le imaginé pensativo, seguro de tenerlo todo. Sus manos, nerviosas, sujetaban
el teléfono con impaciencia. Él, entonces, quizá sabiendo que no sonaría, cayó
en la cuenta de que no lo tenía todo. Le faltaba lo más importante. Le faltaba
lo esencial. Ambos lo comprendimos. Le faltaba alguien que a ese todo que creía
tener le diera sentido.
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