Conseils nuits difficiles.

Cierro la puerta. Atrás queda el mundo, las prisas, lo que aún queda de martes. Abro la ventana y al mismo tiempo me descalzo. Los pies me dan las gracias. Son libres. Juego con las llaves en la mano, encaro el pasillo. Se me hace largo, muy largo, demasiado para vivir en una caja vieja de cerillas. Llego al salón, oscuro, callado. Hay que arreglar la persiana. Dejo la mochila en el suelo, como quede, da igual. Sobre la mesa olvido las llaves, su melodía, la cartera y el Abono y unos céntimos que no sé de dónde salieron. Me giro y tropiezo, otra vez, con el sofá. Maldito sofá, que asco te tengo. Abro la ventana. Ya corre algo de brisa. Hace demasiado calor, en invierno parecía no existir. Salgo, vuelta al pasillo. Odio el color de las paredes. Me detengo frente al dormitorio. La puerta entreabierta. No giro la cabeza. No entro. Voy al estudio. Miro desde la puerta la ropa amontonada y pienso que aún no estoy preparado para planchar. Para eso ahora tengo los domingos. Solo para eso. Enciendo el ordenador para pasarme la Ley Sinde por el forro. Voy al baño. Saludo al pez, tres veces, por si se olvida de las dos primeras. Me miro al espejo. Estoy asquerosamente delgado,  no tanto como hace unos meses, pero la peluquera hizo esta vez un gran trabajo. Me desnudo. Creo que me pasé con la dieta. Me pongo algo más cómodo. Vuelvo al pasillo. Y entro en mi cuarto. En mí se hace el vacio.
Entro en la cocina. Enciendo la luz. ¡Me encanta verla bien recogida! Saco de la nevera el zumo, la botella de agua y unos yogures. Miro un imán. Hoy no me apetece cocinar. Ordeno las tazas que por la mañana dejé fregadas y fui amontonando desde el domingo. No todo iba a ser perfecto. Apago la luz. Salgo. Otra vez en el pasillo.
Lanzo mi cuerpo contra el sofá. Joder, qué duro esta. Enciendo la tele. Me valió una pasta, sí, pero qué carajo, me merecía un capricho. Ya acabaron Los Simpsons. Es muy tarde. Tengo el tiempo justo para cenar y relajarme. Hago zapping sin prestar mayor caso. Observo que la luz roja de mi móvil no sabe ya cómo llamar mi atención. Sé que hay nubes verdes que me esperan, pero que me disculpen, no quiero saber nada del mundo que dejé tras la puerta. Termino la cena y corro a recogerlo todo, a fregar la cuchara. Tengo una enfermedad. Otra vez en el pasillo. Se acabó. Voy apagando luces. Esta noche dejaré la puerta sin la llave puesta. Alguien podría querer entrar. Odio el color de las paredes. Si esta casa fuese mía…
Ya en el cuarto. Tarareo cierta canción de Serrano que habla de que odio y amor se necesitan para existir. Bajo la persiana y el estor. Me pongo el pijama. Ya en la cama. No me arropo. Hace calor. Hago un repaso breve de la lección de francés que ya debería saber, je suis espagnol, chemise, capot, elle est blonde, elle a les yeux bleus…
Solo escucho ya la radio, me tranquiliza, aunque ni sé quién habla ni me interesa lo que dice. Me es igual. El martes va muriendo. Hago repaso del día. Mierda, me dejé el ordenador encendido. Bueno, mañana se habrán descargado los capítulos. Este es el peor momento. La casa en silencio y totalmente a oscuras. Demasiada casa para uno solo. Estiro un brazo. Nada. Vuelo a hacer repaso de las cosas que pienso para no pensar en lo que no debo. Aunque lo deseé.
Quizá esta cama también sea demasiado grande para mí.
Buenas noches.

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