Un calme relatif.


“Qué me pasa doctor, qué me ocurre. Ya, siento haberme ausentado largo tiempo de usted, pero tenía tanto en lo que pensar que no recordé que vive y se alimenta de mis tabulaciones. He sido egoísta, una vez más, como ahora, que solo acudo a su regazo porque nadie más me escucha.
Hoy me siento raro, extraño, distinto. Hoy me siento bien. Hoy me siento tranquilo. Sé que debería estar preocupado, triste, desolado, porque acabo de ver las noticias y quedan pocos motivos para sonreír, porque viajar en Metro es más caro cada día, porque todos tenemos un cinturón que apretamos demasiado, porque parece que la cosa no está todavía tan negra como estará, porque jamás vi a un viejo amigo tan turbado como ahora le veo. Miro por la ventana y solo la amenaza de las nubes oscurece el mínimo ánimo que de salir a tomar aire fresco cualquiera pueda tener. Porque mi maldito sofá es tremendamente incómodo y el cuello me pide una tregua. Debería sentirme mal, estar contrariado ante tanta pena, ante tanta lágrima, ante tanta desolación. Pero no es así, y no sé qué me pasa, no sé por qué me siento de esta manera. Incluso la deprimente música que los días desanimados me acompaña hoy parece la mélodie joyeuse de un tío-vivo, la escasa comida que mi estómago ha sido capaz de tolerar me ha resultado un banquete medieval, porque el cuerpo me ha pedido descafeinado por primera vez en mucho tiempo (y no le hice caso), porque ayer hice del recuerdo la primera fase de mi intermitente sueño, porque hoy llevo toda la mañana conjugando las distintas formas que del sustantivo oportunidad existen. Porque hay demasiadas cosas por la que perder momentáneamente la esperanza que todo humano es capaz de recolectar en momentos así. Y yo, egoístamente quizá, sintiéndome bien puede que haga caso omiso a todo lo que me rodea. Porque todavia me faltan huevos para gritar lo que me estoy callando. 
Quizá no depare en la mirada apagada de la mujer que apura lo últimos sorbos de un té que hace rato se quedó frío, ni sepa aún cómo consolar al niño que hoy no comprendía por qué su mejor amigo le había golpeado. Hoy la empatía ha desparecido de mi ropa, de este disfraz de clown que me sirve y servirá tantas veces de escudo. Hoy, por momentos, me siento en paz, me siento sereno, pero con la sensación de que no debería ser así. Dentro de mi cabeza se reúnen ahora demasiadas ideas en el momento justo en que doy forma a este renglón sin saber cómo acabará o si debe acabar, si los renglones que no se acaban no necesitan de puntos suspensivos para dejar claro que ansían continuar, de la manera que sea, pero no morir repentinamente. Pero ahora mismo, en este preciso instante, me siento bien, se podría decir que hasta contento, pero prefiero no coger la montura de ese caballo que llaman exageración no sea que me dé una ostia antes de subirme. Porque hay frases que me persiguen por los pasillos y se niegan a abandonarme, porque las escucho donde debería existir solo el silencio. En fín, que para no cansarle más, aún con todo eso, hoy, por ser jueves, parece que me siento bien.
Pero a usted, querido doctor, qué más le dará, si es simplemente un espejo”.

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